Almacén Rodríguez y la venta de combustibles en un cruce de caminos de Costa Grande

Emblema de la ruralidad en Entre Ríos, el almacén del Distrito Costa Grande en el departamento Diamante ha desafiado el paso del tiempo desde que abrió sus puertas en el lejano 1900. Sobre la ruta provincial 40 y el cruce con un camino vecinal tiene el valor agregado de la venta combustibles en dos surtidores dignos de un museo. Atendido por sus dueños hace casi medio siglo, sigue resistiendo a la modernidad y a los cercanos supermercados, siempre al servicio la familia del campo. Una historia que les proponemos conocer.

Un grupo árboles sobre la ruta nacional 131, a pocos kilómetros de Villa Libertador San Martín, ofician de carteles indicadores naturales del acceso a la polvorienta ruta 40, bastante diferente que su homónima patagónica, para llegar hasta el establecimiento fundado por don Enrique Geist cuando despuntaba el 1900, en una zona que se seguía poblando de inmigrantes que cruzaban el Atlántico y dejaban atrás tierras españolas, italianas o la estepas rusas, buscando un horizonte mejor para sus vidas.

“Es una zona muy ganadera y agrícola. Se cultiva soja, maíz, sorgo” nos cuenta Osvaldo Rodríguez detrás de un antiguo mostrador y junto a una balanza Bianchetti “más precisa que las electrónicas”, asegura con una sonrisa, junto a su esposa Virginia Trossero. La bendita tecnología que llegó y fue un factor fundamental para un campo que se fue despoblando poco a poco.

Los surtidores son singulares y parecen de una película, pero siguen funcionando con absoluta exactitud. Uno de los aparatos está protegido baja un techo de chapa, pero el otro se tiene que bancar a la intemperie. Una foto de tiempo del ñaupa que son la marca registrada del lugar. “Antes eran a manija, después se cambiaron por estos que siguen andando bien”, asegura Osvaldo. La agencia de combustibles fue -hace muchos años – una representación de la Schell, la petrolera holandesa que sigue con fuerte presencia en el país, pero no en sectores rurales de baja rentabilidad. “Seguimos vendiendo mucho combustible”, sostiene Rodríguez.

Viejo boliche de campo

El almacén está cerca de un punto muy visitado y de gran atractivo natural, como es el salto del arroyo La Ensenada que lleva el nombre de los propietarios del campo, la familia Ander Egg. Y también de un establecimiento educativo con mucha historia, la Escuela Primaria N° 23 “Agustín de la Tijera”, nombre del sacerdote de la Compañía de Jesús -que dependía del Colegio de Santa Fe- que se instaló en la zona en 1740 a partir de gestiones realizadas por el Presbítero de la Parroquia de la Baxada del Paraná, Francisco Arias de Montiel. “Loa fines de semana viene mucha gente al salto. No está habilitado, pero igual pasan”, indica.

Tierras privilegiadas por la naturaleza y con mucha historia, los diamantinos han logrado desarrollar un circuito de prestadores turísticos a lo largo de los años. Establecimientos rurales y apícolas, almacenes centenarios como Ecclesia y Capellino, granjas y museos son parte de una oferta diferente que, bajo el nombre de “Huellas de Costa Grande”, aportan a la región y a la provincia de Entre Ríos.

Si bien no está integrado formalmente al circuito, el almacén Rodríguez es un punto que no hay que dejar de visitar, “con identidad propia”, como nos cuenta Mary Trossero, una vecina de esta hermosa comarca. “Hicimos un trabajo de investigación sobre los propietarios del boliche para una escuela”, nos dice.

 

“El almacén era de un tal Enrique Geist. En 1946 se lo compraron los hermanos Peretti en 500 pesos,” cuenta en su relato. Bartolo, Pedro, Guillermo y Ángel Peretti conformaron aquella sociedad en tiempos de donde comenzaba a insinuarse con fuerza la mecanización agrícola y esos polvorientos caminos transitados por caballos, carretones o sulkys comenzaban a ser recorridos por los primeros Ford T o Chevrolet de los chacareros más potentados.

“Lograron levantar un establecimiento que nada tenía que envidiarles a los hipermercados de hoy”, expresa con orgullo Mary. Al principio comenzaron a trabajar Bartolo y Ángel, mientras que los otros dos hermanos continuaron con las intensas labores en el campo. Pero el almacén de ramos generales tenía cada vez más clientes, por lo que primero uno y luego el otro Peretti tuvieron que ponerse detrás del mostrador para atender tanta demanda.

A esta altura de la historia ya era el almacén “Los cuatro hermanos” de Costa Grande, en el que trabajaron hasta diez empleados por el crecimiento constante que tenía. Mary no quiere dejar de mencionar los nombres de algunos de los que fueron empleados en aquel “ramos generales” que tanto recuerda. Daniel Marizza; Nicasio Albornoz; Ernesto Ander Egg; Atilio Viola; Roberto Soñez; Horacio Ricle; Jorge Schreyer; Oscar Manggioni; Herminio Stürz; Carlos Valbuena; Héctor Capellino y un contador, Ramón Maqueira.

Como tantos otros boliches de campo, los Peretti fueron acopiadores de la producción agropecuaria de esta zona de la provincia. “Aquel almacén compraba aves y huevos, producción que iba y venía por esos caminos de tierra” y que tenían a la pequeña ciudad de Diamante, recostada sobre el río Paraná, como el destino final. “Era una chata carro tirada por caballos la que transportaba la producción”, evoca Mary.

“Creció tanto el comercio que los mismos consignatarios venían desde Buenos Aires a retirarlos en un camión al que apodaban el ‘Tragaleguas´, de la empresa de transportes Schalum, pero también un camión contratado a don Enrique Lindt”. Con el tiempo se adquirió un camión propio marca Chevrolet para tanta actividad.

Los Peretti comenzaron con la venta de combustibles, siendo representantes de la petrolera Schell, pero los rubros que comercializaban eran propios de un gran centro comercial: Tienda, con la atención personalizada de las mujeres de la familia; ferretería, venta de tubos de oxígeno; molino, acopio de cereales; venta de semillas para los agricultores y el almacén propiamente dicho.

“Supieron construir una gran clientela en Costa Grande, el ejido de Diamante, Ramírez, Puiggari, Isletas y Las Cuevas, siendo los mayoristas donde se abastecían muchos de los almacenes de estos pueblos entrerrianos” señala en su trabajo Mary Trossero. La historia del almacén en sociedad de los cuatro hermanos comenzó a languidecer cuando uno de ellos se trasladó a Paraná. Unos años después deciden vender el negocio a Ricardo Gelroth, en 1957, quien continuó la historia por una década, vendiendo luego el comercio a Teodoro Pereira Müller, antecesor de Osvaldo Rodríguez, quien lo compró el 6 de marzo de 1975.

 

Esos caminos de Costa Grande

El almacén de Rodríguez y su estación de servicio son una parte importante de la comunidad rural de Costa Grande, aunque las cosas han ido cambiando. “La tecnología del campo es muy diferente hoy de lo que era hace 15 o 20 años. Pero igual nosotros estamos para cuando nos necesitan” sostiene. Rodríguez dice que lo más importante en su actividad es la venta de combustibles, que el almacén hoy “es un anexo secundario”, aunque las estanterías están bien provistas para las cuestiones básicas.

El mostrador de madera tiene el sector para el despacho de bebidas, pero la actividad no parece muy intensa: “Antes teníamos juntadas para un truco, pero ya no lo hacemos más, ahora a las 8 o 9 de la noche cerramos, y hasta mañana” se ríe. Siguiendo por el camino que cruza la ruta 40, y a pocos kilómetros, está otro de los íconos de la zona, el almacén de los Ecclesia. Un poco más allá, el viejo boliche El Indio, que todos conocen hoy como “lo de Capellino”, conformando el tridente de centenarios almacenes rurales de Diamante.

Le preguntamos a Osvaldo quién tomará el relevo detrás del mostrador o, más importante, despachando combustibles: “No lo sé, el hijo está radicado acá cerca, en Crespo. Ya veremos”, nos expresa con dudas. Aunque ya no hay juntadas para hacer un truco, el Almacén Rodríguez sigue siendo una referencia insoslayable en esa ruta que lleva el número de la mítica 40, la que empieza en Jujuy y termina en los confines patagónicos de Santa Cruz, pero que en nuestro terruño no deja de ser un polvoriento camino de tierra y algunos tramos de broza donde viven y luchan muchas familias que eligieron estos parajes para crecer y desarrollarse. Y allí están esos viejos surtidores que parecen de un museo, curtidos por los años pero que siguen tan vigentes como Osvaldo y Virginia, asistiendo desde hace tantos años.

Una última recomendación por si anda con ganas de darse una vuelta por este boliche. No vaya tan rápido -más si no ha llovido-, transite disfrutando de todo los que nos ofrece el paisaje, las suaves ondulaciones, el cercano arroyo La Ensenada…un lugar que vale la pena conocer, y volver.

Guido Emilio Ruberto / Campo en Acción / Hacedores en Acción

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