Estamos en las tierras de Pueblo Brugo, una localidad fundada en 1892, que alguna vez se llamó Puerto Piedras, recostada sobre el río Paraná, que vivió tiempos de esplendor a comienzos del siglo pasado, para luego languidecer cuando las rutas y los camiones comenzaron a prevalecer sobre el transporte fluvial, y ese pujante puerto conoció el ocaso, como tantos otros. Pero si algo conserva esta comunidad es un lugar que es la esencia de aquella época pasada, testigo del tiempo que se desliza con la intensidad de las aguas siempre marrones del Paraná. Es el bar El Tulipán, de Raúl Milessi, el punto de encuentro de los lugareños.
Las cifras cuentan la historia de un Brugo que, aunque ha experimentado un retroceso en su población, quiere volver a ser un punto de referencia en la costa. En la actualidad, 1.660 habitantes llaman hogar a este rincón entrerriano, una cifra que palidece frente al esplendor de la década del ‘30, cuando casi cinco mil personas residían en este pintoresco pueblo, que tenía aduana y prefectura.
Raúl Milessi, figura conocida y respetada en Pueblo Brugo, se erige como el depositario de un lugar especial. Su bar, que lleva el nombre de El Tulipán, se aferra a una de las primeras construcciones del pueblo, una joya arquitectónica de estilo variopinto ubicada a tan solo dos cuadras del río.
“Esta casa, que es nuestro hogar y al mismo tiempo alberga el bar y la despensa, era antes un almacén de ramos generales, pertenecía a don Carlos Brugo, integrante de una de las familias que le terminaron dando el nombre al pueblo”, señala Raúl con cierta reverencia. El Tulipán, que lleva el apodo del propietario (todos en Brugo lo conocen como “Tuli” o “Tulipán”), funciona hace más de 100 años, una vida entera que ha sido testigo de las transformaciones de Pueblo Brugo.
En el umbral del boliche de la calle Antelo, que ha resistido a lo largo de décadas, la historia se despliega en tonalidades que evocan épocas pasadas. Las paredes amplias, el techo bien alto, la pecera, los sillones de algún colectivo, el cartel “no se fía” junto al escudo de River, posters destacados con el equipo de Brugo y la leyenda “Campeón”, fotos de la Mona Lisa y de alguna chica ligera de ropas, la mesa de pool y la de truco o chichón archivan charlas sin apuros y el aroma a nostalgia que percibimos se mezcla con el imaginario susurro del río cercano y bien marrón. Una fonola amarilla y silenciosa espera que alguien compre una ficha para que suenen ritmos musicales.
“El Tulipán es mucho más que un simple almacén” dice el bolichero detrás del mostrador, gastado, pintado de gris. Y no caben dudas. En este lugar late el corazón de un pueblo ribereño singular, un sitio donde los encuentros trascienden y las amistades se tejen como hilos invisibles entre las estanterías bien provistas, enmarcadas en un estilo ciertamente ecléctico donde el pasado y el presente se combinan en cada rincón del boliche, pero siempre prevaleciendo recuerdos futboleros. Jugador en sus años mozos, dirigente del club del pueblo y entrenador de innumerables equipos, hablar de fútbol es la gran pasión de Raúl Milessi.
“Aquí fundé un club” nos dice. El CAB (Club Atlético Brugo) luce en las cabeceras de la cancha de bochas, en la que se desarrolla un intenso juego del que participan jóvenes lugareños. Al lado se destaca la extraña figura del caballo con su jinete sobre el baño exterior del boliche, desafiando el imaginario de cualquier arquitecto, un toque único, llamativo. Mientras tanto Raúl nos sigue guiando con su charla por la esencia del lugar, compartiendo evocaciones de truco, fútbol y otras actividades que son parte de los rituales sagrados para los habitantes de Pueblo Brugo.
“Aquí no solo se comparten tragos y risas, sino también sueños y nostalgias. Este es un lugar de encuentro” agrega “Tuli”, mientras recorremos el frente del local, donde sobresale la pintada “Gracias Mi Dios” debajo del letrero que indica para los forasteros que bajan por la calle Antelo que ahí está El Tulipán.
Obras para recuperar el tiempo perdido
Pueblo Brugo recibió hace pocos meses las primeras cuadras de hormigón, un acontecimiento relevante para una comunidad acostumbrada a las calles de tierra o broza con ese polvillo que se cuela por todos lados. Un avance que el tiempo dirá si se sostiene y abre mejores posibilidades para una localidad que apuesta al turismo como vector de un desarrollo sostenido. “Este avance es más que un simple camino de hormigón, es el reflejo de la evolución de nuestro pueblo. Estamos abriendo nuestras puertas al turismo, compartiendo la belleza de nuestra costanera y la hospitalidad que ha sido nuestro sello distintivo” destaca Raúl.
La cercanía de la Semana Santa genera expectativas en el pueblo por la importante afluencia de visitantes que eligen este paraíso natural. Pescadores, muchas familias llegan con sus lanchas hasta la costa, lo que cambia la fisonomía tranquila de los días, pero que es naturalmente bienvenida por todos.
“Es un lugar privilegiado para la pesca y para comer pescado” promociona el bolichero de la calle Antelo. Es cierto, y aunque la infraestructura no es muy amplia, funciona hace más de 10 años el comedor “Karú Pirá” que se constituyó junto con una cooperativa de pescadores artesanales, que en 2013 y con el apoyo de los gobiernos nacional y provincial, logró abrir el restaurante de pescado autogestionado. Persisten, no sin esfuerzo y ddificultades.
Volver a Brugo
Pasa un auto con cuatro muchachos y una embarcación en el trailer. “Estos sin que saben vivir” diría un amigo. “Eligieron Brugo por la tranquilidad y la belleza, además de la buena pesca” expresa Raúl que está junto a nosotros. “Tenemos seguridad, los gurises andan en la calle en bicicleta y no necesita ponerle llave al auto” nos informa, como para que sintamos un poco de incomodidad de nuestro hábito de poner la alarma del coche siempre, y frente al boliche también.
Y en esa marcada nobleza que predica Raúl y que se percibe en los habitantes de Brugo, El Tulipán, el antiguo almacén de Pueblo Brugo, se erige como faro en medio de estos cambios sutiles, con sus paredes blancas y violetas, con fotos de modelos en bikinis y con esa inscripción que habla de la fe en Dios, mientras más gente pasa con sus cañas de pescar por la calle rumbo al río siempre poderoso.
Las sombras de la tarde ya comienzan a ser más largas y las luces del bar comienzan a encenderse, invitando a los habitantes a unirse en el ritual de las bochas y el truco, mientras un cielo tan diáfano como infinito nos sigue acompañando.
Es el bar de Raúl Milessi, el “Tuli”, un guardián de historias que se entrelazan con las raíces de las primeras familias que eligieron este lugar y fundaron un pueblo que fue pujante gracias al río, y que quiere volver a serlo aprovechando esa costa y las aguas marrones, siempre generosas del Paraná. Un buen lugar el viejo almacén, en un entorno singular que en algunos aspectos se parece a esas fotos en blanco y negro de nuestros abuelos. Pero es la esencia de Pueblo Brugo, y del boliche con paredes cargadas de recuerdos de los primitivos pobladores que nos dicen, que más allá del cambio, algunas cosas siguen siendo eternas.
Guido Emilio Ruberto / Campo en Acción