Con este texto, el periodista de Campo en Acción Guido Emilio Ruberto, obtuvo el tercer premio en el Concurso “Entre Ríos en Crónicas”.
Como muchos almacenes de campo en Entre Ríos, el establecimiento de don Delio Beltrame, ubicado desde siempre sobre la ruta provincial Nº 20 –distrito Lucas Sur del departamento Villaguay–, cerró sus puertas el día en que su propietario falleció, en 2019. La historia del icónico lugar y su dueño, el hombre que durante muchos años lo mantuvo con sus puertas abiertas, pudo ser la de tantos otros boliches de campo, convertidos en taperas y condenados al olvido. Pero la vida, o el destino, le reservaba otra oportunidad al almacén de ramos generales entrerriano.
Aquel viejo almacén
Un cuadro con una gastada fotografía en tono sepia de don David Beltrame, fundador de este almacén rural instalado en Lucas Sur, nos mira desde una pared cuando cruzamos el umbral de la puerta de uno de esos rincones de Entre Ríos que parecen estar en una eterna pausa. Es la primera semana de diciembre de 2009, estamos a 17 kilómetros de Villaguay, a 80 de Federal, y en los campos se cosecha el trigo de una campaña con buenos rindes. El calor es agobiante en este mediodía y el boliche sobre ese ripio mal llamado ruta es el refugio ideal para tomar algo fresco.
El dato del viejo almacén de Lucas Sud o Sur, publicado en el suplemento gráfico «La Hora del Campo» por el colega Miguel Sesa, motivó entonces aquel intervalo para acercarnos al boliche, estacionar a la sombra de un paraíso y tratar de contar su historia.
Detrás del mostrador de madera gastada encontramos a don Delio, que nos saluda con los ojos bien abiertos y mirando con sorpresa el micrófono y la cámara para grabar que llevábamos encima. «El origen de este almacén fue una sociedad de mi padre con un señor de apellido Zaburlín. Y el almacén en Lucas era una sucursal de aquel emprendimiento comercial que tuvo hasta un molino harinero», nos dirá en una espontánea y no pautada entrevista el responsable de seguir administrando el establecimiento familiar a la vera de ese camino, detonado por el tránsito de la maquinaria agrícola, que une pueblos y ciudades del centro entrerriano y, yendo más hacia el sur, recorre algunas de las colonias donde se asentaron «los gauchos judíos», como llamó Alberto Gerchunoff a aquellas primeras familias inmigrantes que encontraron en la provincia su Tierra Santa.
Convocado a recordar, la buena memoria dice presente en el relato del almacenero. «En 1932 abrió el negocio y aquí se instaló don David Beltrame, mi papá. Estamos hablando de una zona con mucha población, numerosas familias, como la nuestra, que vivían y producían en la zona rural», expresaba entonces Delio.
Nacido y criado en el campo profundo, vivencias y anécdotas propias y de otros brotan iluminando el rostro con una sonrisa, mientras pasa sus manos sobre el lustroso mostrador de madera, espectador de tantos diálogos como copas servidas, en este punto de encuentro de la comunidad a lo largo de muchas décadas de trabajo.
En aquella charla, tan descriptiva como generosa, don Delio no disimulaba la nostalgia de tiempos para él mucho mejores. «La familia de entonces podía vivir con poca tierra, alcanzaba para sostenerse. Hoy eso es imposible y, por eso, despoblamiento» reflexionaba. Y su resistencia era esa, mantener las puertas abiertas del más antiguo de los almacenes de Lucas Sur, peculiar nombre el de este paraje. Sur o Norte, pero siempre Lucas, como le llaman en el pago chico, que es un afluente de la margen izquierda del río Gualeguay, en el distrito Lucas al Norte, una zona del departamento Villaguay que hace referencia –según el historiador Pérez Colman– a Lucas de Torres, conquistador ibérico de visita por estos lares hacia 1659. En tanto que José Cosmelli Ibáñez (nuestra lectura obligada en la secundaria) lo relaciona con Lucas Broin de Osuna, habitante de la zona en el siglo XVIII. Lucas Sud o Sur es el distrito que tiene como datos geográficos relevantes al arroyo Paraíso y a la ruta provincial 20, nos señala el «Índice sintético de la toponimia entrerriana», recopilación indispensable para los curiosos, una obra del historiador Rubén Bourlot y el geólogo Juan Carlos Bertolini.
«Se vivía con dignidad entonces. Por eso había mucha población, pero ese modelo se terminó hace rato», sentenciaba. Los cambios en la producción agrícola, la mecanización que requería cada vez menos manos, épocas de «vacas flacas», la industrialización en los centros urbanos y la demanda laboral, junto con políticas que no fomentaron la permanencia del pequeño chacarero, fueron provocando la migración rural hacia las ciudades. Al cóctel le podríamos sumar la destrucción del sistema ferroviario –desde la presidencia de Frondizi y hasta el remate final en tiempos de Menem– que dejaron muchos pueblos fantasmas en Entre Ríos. En ese «modelo», los Ramos Generales, como el de Beltrame, no cerraron solo por la voluntad de permanecer.
Aquella entrevista tuvo la única compañía de Lalo Redruello, un paisano que llegó en bicicleta para su ritual cotidiano. Con unas alpargatas un tanto bigotudas, bombacha, camisa y boina bien calzada, el hombre pide tabaco, saca papel (o seda) para armar un cigarrillo y comienza el solemne disfrute de la pitanza, inundando el salón con un aroma especial, una mezcla de anís y canela aún inolvidable.
Compartimos aquel momento de sosiego del peón de campo, que acompañó con un vaso de vino tinto servido sin preguntar por don Delio, mientras la conversación con el bolichero fluía como el agua del cercano río Gualeguay: «La yerba venía en cilindros de 25 kilos y por supuesto, se vendía suelto, al igual que el azúcar; el fideo en cajas de madera de 10 kilos, harinas en bolsa…la mayoría se vendía de a uno o dos kilos. La gente llegaba con su bolsita y llevaba la mercadería» nos ilustraba, señalando las cajoneras que alguna vez rebozaron de alimentos.
Aunque no está en una esquina el boliche es una construcción en ochava, sí un poco metido en el terreno, pero bien visible desde el camino. Los ladrillos gastados por las estaciones del tiempo, preservaban una fachada original. Un cartel herrumbrado sobre la puerta, donde apenas se leía «Coca Cola», dejaba un lugar para indicar que era el «Almacén. Ramos Generales. Delio Beltrame».
En su interior, piso de cemento muy gastado y el imponente mostrador que es una suerte de altar para la feligresía. Una balanza de bronce notable, de dos platos y en perfecto estado, al igual que una «Bianchi», más nueva y de un plato, como para certificar el peso exacto. En las estanterías, que cubrían las altas paredes, se observaban aperitivos, vinos, ginebra, whisky, junto a los paquetes de harina, fideos, arroz y algunas cajas de Quaker y Vitina, además de los clásicos frascos para guardar caramelos. Bien surtido.
La razón social del almacén de ramos generales aún se exhibía en los elementos para empilchar el caballo: bastos, cojinillos, bozales, cabestro, pretal, estribo, lazos lucían en un sector, en tanto que baldes y regaderas de zinc reluciente esperaban por el cliente allá en lo más alto de las estanterías.
Mirábamos y nos preguntábamos quién compraría esas cosas, y don Delio nos daba la respuesta: «Están ahí, pero la gente se va a las localidades más grandes y se abastece en los supermercados, no podemos competir con eso, hasta tuvimos que dejar algunos rubros porque ya no convienen», apuntaba.
Con una jubilación y un campo que le producía otros ingresos, el hombre mantenía las puertas abiertas del establecimiento por razones que imaginamos en el corazón y por el amor por cada parte de ese pequeño mundo llamado Lucas Sur.
La parada «técnica» y la nota para televisión estaban hechas. Teníamos que volver a la trilla, una jornada a campo organizada por un semillero a pocos kilómetros, aunque daban más ganas de seguir escuchando al veterano almacenero, y disfrutar del ambiente fresco dentro del almacén. Apuramos una Hesperidina cortada con soda que había sellado aquel encuentro. «Por favor, la casa invita», expresó firme don Delio ante la voluntad de pagar, extendiendo con la mirada el beneficio del convite a Lalo, el peón rural, que inclinó su cabeza agradecido por ligar de rebote.
¿Cómo seguirá la historia?
«Mis hijos están en otras actividades, así que no hay continuadores para estar acá. Me imagino que cuando no pueda andar más, la historia se termina», aseguró entonces, casi en un murmullo. El brindis y el deseo de una próxima visita que nunca se repitió cerraron aquel momento que hoy recordamos.
Utilizando la parábola que el mismo don Delio nos había expresado, en 2019 nadie quedó detrás del mostrador en Lucas Sur. El viejo almacén, fundado por Zaburlín y Beltrame, abierto durante casi 90 años, testigo de tantos encuentros del criollo y del gringo inmigrante, de copas y trucos, de charlas y reuniones, de la visita cotidiana de Lalo, el peón rural que armaba su cigarrillo y disfrutaba fumando en silencio cada mediodía, «ya no pudo andar más», y siguiendo el derrotero de tantos otros, cerró sus puertas.
El tiempo siguió andando y las recorridas por la ruta 20, a 17 kilómetros de Villaguay, nos mostraban la persiana metálica siempre baja del antiguo boliche de los Beltrame. En una de esas ocasiones nos detuvimos junto al paraíso para recordar aquella visita. Era agosto y la baja temperatura se sentía con particular intensidad junto al almacén. Una ventana abierta nos permitía la mirada indiscreta para descubrir que todo permanecía igual: el mostrador, las estanterías con algunas regaderas, fuentones y baldes de zinc, la balanza de dos platos. Es cierto, el polvo y la quietud lo envolvían todo, y la ausencia de la figura afable de don Delio recibiéndonos más de una década atrás, hacia muy incómodo el frío invernal.
Un año después de aquella última pasada por Lucas Sur la información de una inminente reapertura del almacén se posteó en redes sociales. Insignificante noticia para cualquiera, hecho relevante en los pagos donde el boliche fue el principal punto de encuentro para la familia rural. Derlis, hijo de don Delio, tomaba la posta y asumía el desafío de reabrir el lugar, y nos obligaba a recorrer una vez más el camino esquivando pozos, y detenernos bajo el árbol de paraíso.
Tercera generación de los Beltrame, productor agropecuario y viviendo en Villaguay, heredó una parte del campo junto con el almacén. Derlis, que de chico jugaba a las escondidas detrás del mostrador fundado por su abuelo David y continuado por su padre Delio, levantó las persianas metálicas sin buscar un rédito económico. «Hubo un tiempo para restaurarlo, pero todo está tal cual lo dejó mi papá. A él lo ponía muy triste que se cerrara, por eso estoy seguro que se sentiría feliz por esto. Y en lo personal me da mucha alegría, el almacén está de nuevo con sus puertas abiertas», sintetiza emocionado.
Dedicado a pleno a las actividades rurales y con poco tiempo, encontró en Jorge y Noelia Garay las personas para llevar adelante el desafío junto con el legado de la familia. «Estamos de lunes a sábados, y ofrecemos de todo un poco. Se puede picar salame, queso, mortadela, pero también hay pizzas y empanadas» nos cuenta Noelia con orgullo, agregando que dejó Villaguay, donde vivía, «para instalarnos acá, donde estamos muy bien, además brindo servicios de peluquería, como anexo del almacén», agrega con sano orgullo.
Para los que conocimos el boliche algunas cosas cambiaron, pero no la esencia, que está en cada pared, en el techo sostenido por tirantes de pinotea, en el piso de cemento que alguna vez fue color bordó, gastado de tantas pisadas. Ahora hay cuadros que reflejan la historia del almacén, luces que resaltan viejas fotografías de los Beltrame y algunas libretas donde quedaron registradas para siempre aquellas ventas que se pagaban de vez en cuando, como las copas de vino tinto de Lalo, el peón rural que disfrutaba mientras fumaba un armado.
Estamos en medio de los campos de Lucas Sur o Sud, como le guste, a donde hay que llegar por la ruta 20, que ahora está en proceso de pavimentación, pero sigue siendo en gran parte un ripio maltrecho. Allí, a la derecha viniendo desde Villaguay, está el «Centenario Almacén de Campo Beltrame» como indica el nuevo letrero. Abierto desde el corazón, es un buen lugar para perderse de la rutina, compartir una copa, una picada –las empanadas de carne dulce son excelentes– y celebrar que la historia del boliche más antiguo de la comarca está de regreso. Para nosotros una Hesperidina con soda, por favor.