Con escenas de noches de fiebre, juegos con las primeras palabras o la sensación ambivalente de un vínculo muy demandante, la escritora y fotógrafa Lula Bauer recupera en el libro de poemas «Lleva su nombre» (Pánico el Pánico) su experiencia de maternidad, llena de luz y complejidad.
Lula Bauer nació en 1979, es fotógrafa y docente. Entre el 2006 y el 2018 documentó la escena musical y realizó mas de 30 tapas de discos. También con registro fotográfico pero desde la poesía, «Lleva su nombre» es un manifiesto de la maternidad, entre las escenas más cotidianas como bañarse, comer, dormir y las más existenciales como la posición de hija-esposa-trabajadora y la ética del cuidado.
-Lula, ¿ubicás qué cuestión o escena puntual te llevó a escribir alrededor de la maternidad? ¿Una escena, una sensación? ¿Cuándo fue necesario ponerlo en palabras?
-Todo lo referente a la maternidad se me presenta confuso, fragmentado. Con lagunas luminosas y pozos oscuros. Me cuesta encontrar un hilo cronológico de cómo fueron presentándose ante mí estos poemas. El puerperio tiene una intención sobre el cuerpo de un devenir misterioso. En una imagen estoy escribiendo un poema mientras a mi bebé lo estaba bañando el papá. Otros, surgieron en bares cuando salía una hora para airearme, y después en la pandemia. Recuerdo escribir sentada en el piso del cuarto mientras había silencio de siesta. O en el balcón cuando le desparramaba todos sus juguetes en el piso. Cada etapa de su crecimiento fue cambiando mi forma de escribir, el tiempo que se habilitaba o que decrecía si había etapas más demandantes. Todo se me presenta junto, amontonado, intenso y difuso. Qué queda después del puerperio no es claro, pero una no es la misma.
-Noches de fiebre, las escenas del sueño o de amamantar o la presencia del cuerpo. Hay mucha imagen en tus poemas. ¿Cómo creés que juega la mirada de la fotógrafa al momento de escribir?
-Me animé a escribir porque soy fotógrafa, la imagen poética me atravesaba con otro lenguaje y otras maneras de representarla, pero la poesía estaba ahí, vibraba la energía adentro mío. Hay un punto de quiebre cuando empecé a sentir que la fotografía no me alcanzaba. Me quedaba con un montón de sensaciones partidas, en silencio. La fotografía es dañina, te deja vacía; es una práctica solitaria y abrumadora. La palabra de alguna manera venía a rescatarme de ese silencio que me angustiaba. Cuando empecé a hacer menos fotos, la palabra arrasaba con su presencia y lo que sentía con la cámara aparecía en la pulsión de escribir. Cuando sos madre, el cuerpo es un instrumento para criar. Es un cuerpo que tiene una única tarea, la más demandante que experimenté, me resultaba imposible sacar fotos. Aparecen imágenes en mí que quería retratar, encontré refugio en la poesía, sin pensar que esos poemas iban a terminar en un libro. Hay un instante misterioso, que está ahí latente, no lo puedo explicar exactamente. Pero es un instante donde mi cuerpo busca un mundo a donde irse cuando el que habita en ese momento me quiebra. Ese es el momento de salir corriendo y agarrar una cámara, o en este caso salir corriendo, a buscar la hoja en blanco.
-En los agradecimientos, proponés construir «una maternidad distinta». Y, con ojo de fotógrafa, en esa frase aparece la luz. ¿Cuál es esa búsqueda?
-La luz en la maternidad es un código que se comparte, que trae un vínculo nuevo, nunca experimentado y que supone una responsabilidad desbordante. Dar a luz y dar la mano a otras madres nos hace mejores, porque qué mejor madre que la que tiene amigas para aventurarse a dejarlos crecer con el deseo de una libertad colectiva.