Cinco años después de la aparición de «Las aventuras de la China Iron» que le dieron a su obra una proyección inesperada, Gabriela Cabezón Cámara vuelve a publicar una novela: «Las niñas del naranjel», una trama en la que narra la crueldad en tiempos de la Conquista de América y que a pesar del horror del genocidio logra colmar de belleza con una historia donde las cosmovisiones indígenas y la selva funcionan como el refugio y el antídoto en el que se detiene para refundar con esas voces una mitología híbrida y fluida como las marcas que llevan su literatura.
En los pasillos y rituales de una villa miseria, con una travesti que organiza a su comunidad, como en «La Virgen Cabeza» (2009) o en la deformación queer de la tradición gauchesca que narró en «Las aventuras de la China Iron» (2017), la ficción de Cabezón Cámara pone a jugar las posibilidades de la literatura para iluminar y subvertir lo dicho: esta vez sobre un territorio -América Latina, la selva- y el tiempo del Siglo de Oro, con su estética, su métrica, sus crónicas de Indias, su moral en conveniencia de quien la profese y la expansión imperialista y colonial de saqueo y asesinato.
«Me están interesando mucho las distintas perspectivas, pensar que no hay un mundo sino múltiples mundos», dice la escritora nacida en 1968 en diálogo con Télam durante una entrevista en su departamento del barrio de San Telmo. En los últimos años estuvo leyendo mucho al chamán yanomami Davi Kopenawa, al filósofo brasileño Ailton Krenak y al poeta wichí Caístulo, a quien recomienda fervorosamente.
En la esperada «Las chicas del naranjel» (Random House), retoma la historia real de Catalina de Erauso, una monja que escapa de un convento con el deseo de ver mundo: cambia de identidad, vive aquí y allá, práctica numerosos oficios, grumete, tendero, soldado y pertenece a ese mundo de avaricia y supremacía colonial, hasta que se le pierde el rastro en América. Es a partir de ahí cuando la escritora imagina una trama en la que Antonio -antes monja, antes «niñita»- logra escapar de la horca y se interna en la selva con dos pequeñas indígenas desnutridas, Michi y Mitakuña.Con el trasfondo de una promesa a la Virgen del Naranjal, formarán una tribu junto a una perra, monos y caballos.
Cabezón Cámara combina distintos registros y tiempos con picaresca y humor: una voz lírica, moral, piadosa y occidental que es una carta en primera persona de Antonio y tiene guiños a obras cumbres como el Quijote y a lenguas como el latín; con el guaraní, su lengua y sus leyendas, que se entremezclan con las preguntas existenciales y los saberes de esas niñas y el lenguaje que habla la naturaleza. La escritora arma un entretejido de voces y mitologías, al igual que su manera de concebir la vida y la literatura: «La literatura es un tejido gigantesco que lo podés organizar como una pirámide, lo de arriba, lo de abajo, pero también la podes pensar como navegando en un océano».
Traducida a montones de idiomas y finalista de la lista corta del Booker Prize Internacional, Cabezón Cámara es también autora de «Romance de la Negra Rubia» y «Le viste la cara a Dios», nouvelles con una fuerza arrolladora que hablan sobre temas complejos como la marginalidad o la trata de personas. Su escritura es política aunque no intencionada: está llena de fugas que iluminan cuestiones de género, medio ambiente, cosmovisiones, orígenes. «Cada vez me siento menos argentina y más latinoamericana, tenemos una matriz histórica cultural y económica muy parecida», se posiciona.