En el centenario del nacimiento de René Favaloro, se reeditan dos libros en torno a su figura, «Recuerdos de un médico rural», un texto en primera persona que reúne sus memorias como médico en un pueblo pampeano, y la biografía «El gran operador», de Pablo Morosi, que recorre su infancia, su desarrollo profesional y su mirada sobre la salud.
En el podio de los héroes, Favaloro conquistó un lugar con su nombre. Los giros que dieron impulso a esa narrativa van desde la creación del bypass aortocoronario -que significó un hito para la cardiología en todos los lugares del mundo y una de las técnicas más valoradas de la humanidad-, hasta su mirada social de lo médico, su compromiso público, sus valores de honestidad, su aspiración de la justicia social y su trágico final cuando decidió quitarse la vida durante la crisis del 2000.
A 100 años de su nacimiento, un 12 de julio de 1923, su nombre sigue inspirando no sólo a los profesionales de la salud sino también a la sociedad, que supo abrazar la ética del médico argentino.
Es la década del 50 y René Gerónimo Favaloro viaja a La Pampa para instalarse en el pueblo rural de Jacinto Aráuz. Se supone que va por tres meses pero los planes muchas veces se bifurcan de su intención original y aquello que comenzó como algo breve se extiende por doce años. Favaloro vivirá allí hasta principios de 1962 ejerciendo la profesión que lo apasiona y defiende a capa y espada: la medicina. Una profesión que en ese pueblo castigado por el viento y la sequía, lo elevará a una suerte de líder comunitario. «Es el testigo y confesor de los hechos que suceden y se siente parte de ella, goza y sufre con los demás», describe el propio Favaloro las avenencias que definen al médico rural más allá de su saber profesional.
«Recuerdos de un médico rural», recién reeditado por Sudamericana, es uno de los tres libros que el creador del bypass aortocoronario legó en clave de autobiografía. Los otros dos son «De La Pampa a los Estados Unidos» y «Don Pedro y la educación». En ese primer volumen que dedica a la estadía en La Pampa, el cirujano recurre a su experiencia en primera persona como médico de un pueblo rural para narrar algo más que su propio quehacer y comprender la relación entre las condiciones socioeconómicas, la salud y la vida.
«El 25 de mayo de 1950, por pura coincidencia nomás, partí en un tren del Ferrocarril General Roca. ¡Quién iba a decir que el destino transformaría tres meses en casi doce años de tanta trascendencia para el resto de mi vida!», escribe sobre esa memoria que lo horadó y que evoca como un cuestionamiento para la transformación, como se pregunta en el prólogo de la segunda edición, en 1992: «¿Seremos testigos complacientes de que nuestro país también alcance los niveles de libertad desenfrenada de la sociedad de consumo donde la droga, la violencia, el abuso sexual, el crimen, el despilfarro, la destrucción de la naturaleza y la injusticia social son sus resultantes?».
Como un cronista que llega por primera vez a una realidad distante a la suya, Favaloro despliega sus tintes literarios en la descripción del paisaje pampeano. Ese relato pormenorizado del territorio tiene correlato en los valores y los lazos comunitarios y solidarios que encuentra entre las personas de aquel pueblo, pero también en las formas de producción, en la dinámica de los movimientos migratorios, en las oportunidades de quienes viven de lo que la tierra da y en la composición sociocultural, desde familias muy adineradas a «changarines» que sabían ganarse la vida.
Favaloro llegó a Aráuz para reemplazar al médico del pueblo. Sus labores abarcaban todas las áreas: clínica general, pediatría, pequeñas cirugías, urgencias y obstetricia, la especialidad que menos había practicado durante sus años de formación el Policlínico Bancario y que al cuarto día de instalado se vio obligado a ejercer de la noche a la mañana con bastante preocupación por su falta de práctica en atención de partos.
«En un pueblo tan chico, las pequeñas hazañas del médico recién llegado se comentaban por doquier y servían para balancear las derrotas que tanto preocupaban a mi tío. Con absoluta dedicación a mi tarea percibía que poco a poco iba entremezclándose con la población, la iba conociendo en profundidad a medida que me enteraba y participaba de sus problemas. (…) Había dejado de ser un extraño», escribe Favaloro sobre el pueblo que lo conquistó al punto de que «lentamente fui elaborando la idea de afincarme».
Para Favaloro afincarse ahí fue más que decidir un presente individual sino la apuesta colectiva a través de la medicina para «contribuir al desarrollo social educacional de ese territorio con el que me había ido entremezclando». En Aráuz, Favaloro dio charlas a la comunidad para vincular salud con condiciones de higiene y creó una clínica, que dirigió junto a su hermano Juan José.
Aquello que Favaloro observa y registra en este texto no es indiferente a su profesión. La descripción del paisaje o las anécdotas cuando atiende a domicilio en parajes desolados operan como la plataforma de análisis que le permite tomar posicionamiento sobre lo que ve, y expone su mirada humanista sobre las condiciones de vida desfavorables del campo en relación a la ciudad.
«La tarea diaria seguía desnudando las falencias sanitarias y la impotencia en la que se desarrollaba mi trabajo. Había que cambiarlo todo, pero si no quería fracasar debía planearlo con precisión y entender que debía hacerlo progresivamente, con paciencia», dice.
Este testimonio en primera persona conversa y se expande en otro libro, «El gran operador» (Marea), del periodista Pablo Morosi, una biografía escrita con el pulso de un documental que recupera la historia en detalle del médico argentino desde sus orígenes como descendiente de italianos que llegaron al país antes del fin del siglo XIX, su infancia en La Plata -pegadita al barrio conocido como El Mondongo-, los valores que definían a su familia (el trabajo y el esfuerzo), hasta su formación universitaria y su actividad política como representante estudiantil, además de sus recorridos profesionales de La Pampa a Estados Unidos, su consagración, su regreso a la Argentina y los desencadenantes de su muerte.
De médico rural ignoto a su gran hallazgo cuando operaba a una mujer a tórax abierto, en Estados Unidos, donde se había mudado para profundizar su formación, el derrotero de Favaloro es tan intenso como la potencia de su nombre. Fue en esa cirugía, recuerda Morosi, con la precisión de un cirujano, cuando «escribió una de las páginas más importantes en la historia de la cardiología mundial. Fue la primera cirugía programada de revascularización miocárdica que utilizó la técnica luego bautizada con el término bypass, vocablo en inglés que significa derivación o puenteo».
Como señala el autor en la introducción de «El gran operador», esta panorámica de su vida también refleja el funcionamiento del sistema de salud argentino y sus claroscuros. «Un derrotero complejo, quijotesco y por momentos contradictorio, que acabó por determinar el sino trágico de su final», apunta el biógrafo.
Favaloro se suicidó con un disparo al corazón un 29 de julio del año 2000, a sus 77 años, cuando la Fundación que llevaba su nombre atravesaba una compleja crisis financiera, tras el recorte fiscal a la entidad y la deuda de la obra social PAMI.